La niña lloró cuatro días y muchas noches. La herida le ardía en los muñones, pero la decepción le dolía en los ojos. Y la mirada de la gente le oprimía el pecho, los niños podían llegar a ser muy crueles, y las personas buenas, peores. A partir de la catástrofe, su ser se volvió de porcelana, y lo único que podían relamer sus ojos era la fachada de enfrente; una relojería vieja y el portal del chico que tocaba el piano. Ana sabía que no podría volver a hundir las manos bajo el agua tibia del arroyuelo del jardín de atrás , no volvería a revolver el pelo de Garfio , ni pasearía por el parque colgada del brazo de su padre. Se sentía como una lombriz de tierra, solo le faltaba retorcerse. Pero a ella, a ella aun le quedaban dos extremidades.
Hoy por hoy Ana abraza el cielo y agarra el aire por el cuello. Ana María Arenas Sandoval es piloto. Cuando vuela a lomos de “
-Mira mamá! Sin manos!
Una vez le pregunté a mi Ann que como lo consiguió, y ella me dijo con una mirada maliciosa:
–Ay cariño, el cielo empieza donde acaba el suelo.